Ensayo sobre quienes fueron los verdaderos protagonistas de nuestra independencia y como interpretamos su legado. (Parte I)
Por: Alejandro Pisnoy. Prof./Invest. CCC
“En las entrañas de mi patria entraba la punta asesina hiriendo las tierras sagradas. La sangre quemante caía de silencio en silencio, abajo, hacia donde está la semilla esperando la primavera. Más hondo caía esta sangre. Hasta las raíces caía. Hacia los muertos caía. Hacia los que iban a nacer”.[1]
Es innegable el papel fundamental que jugaron en la etapa de la emancipación americana hombres como Francisco de Miranda, J. De San Martín, Simón Bolivar, Manuel Belgrano, José A. Sucre y Bernardo O´Higgins por nombrar algunos de ellos resaltados por la historia clásica o académica, pero sin destacar la importancia de su gesta o idea de emancipación y unidad del continente. Otros hombres “olvidados, o menospreciados”, que también lucharon por la libertad del continente fueron José G. Artigas, Mariano Moreno, Juan J. Castelli, y hasta el propio y el más ideólogo revolucionario de la independencia, Bernardo de Monteagudo; claro que faltan nombrar a muchos más. Hoy podemos vislumbrar que estos hombres y sus ideales fueron dejados de lado, qué lugar ocupan los pueblos originarios, los negros (inclusive en situación de esclavitud) y los criollos que pertenecían a las clases más populares, en esta parte de la historia; teniendo en cuenta, la gran influencia y el camino que marcó para ésta gran emancipación continental la independencia de Haití, la primera independencia del continente (1 de enero de 1804), es decir, la victoria de los esclavos frente al ejército napoleónico.
En el párrafo anterior sólo mencionamos a algunos de los hombres y pueblos, dejados de lado por la historia tradicional, que lucharon por la independencia, pero mucho más olvidado, menospreciado y mal interpretado es el papel que tuvieron las mujeres en la lucha por la libertad de nuestro continente. Juana Azurduy en el Alto Perú; Manuela Sáenz quien lucho junto y desde muy joven, junto a Bolívar y Sucre; Javiera Carrera en Chile; Josefa Ortiz y Leona Vicario en México entre otras. Hoy en día poco reconocidas, hecho que no fue así en aquel momento, ya que pensadores como Monteagudo entre otros, reconocieron el papel fundamental de ellas en la lucha “… Americanas: os ruego por la patria que desea ser libre, imiteís estos ejemplos de heroísmo y coadyuvéis a esta obra con vuestros hijos; mostrad el interés que tenéis en la suerte futura de vuestros hijos, que sin duda serán desgraciados si la América no es libre […] viva la exclamación que hacía en nuestra época una peruana sensible ¡¡¡libertad, libertad sagrada, yo seguiré tus pasos hasta el sepulcro mismo!!! y al lado de los héroes de la patria mostrará el bello sexo de la América del Sud el interés con que desea expirar el último tirano, o rendir el supremo aliento antes que ver frustrado el voto de las almas fuertes”[2]
En casi todos los territorios que se decían pertenecer a España, el camino a la emancipación se desarrollo en dos etapas, la primera desde 1808 hasta 1816; y la segunda desde 1816 hasta 1826. La primera etapa, se caracterizó por la formación de juntas de gobierno dominadas por la elite criolla que en algunos casos pretendía separarse de España, pero sin alterar la estructura socioeconómica que se venía desarrollando[3]. Paralelamente se produjeron rebeliones armadas de las clases más populares, en algunos casos organizadas, y en otros, más espontáneas, con falta de coordinación y diferentes estrategias, éstas se desarrollaron en las principales ciudades de la colonia (México, Venezuela, Nueva Granada, Quito, Alto Perú, Río de la Plata y Chile), con mayor o menor presencia de personas en alguna de ellas durante esta primera etapa, el objetivo era liberarse de la explotación española, pero sin caer en la explotación de la elite local[4].
La etapa que va desde 1816 hasta el Congreso de Panamá convocado por Bolivar en 1826 se caracterizó fundamentalmente porque las colonias españolas y portuguesas logran la liberación definitiva (excepto Cuba y Puerto Rico) luego de la derrota del ejército realista a manos del ejército comandado por el Mariscal Antonio J. De Sucre en Ayacucho, derrota que impuso la firma de la capitulación definitiva por parte de España. En esta etapa además, las guerrillas populares y campesinas jugaron un papel fundamental, más aún que en la primera etapa, que fue el de apoyar y auxiliar permanentemente a los ejércitos libertadores.
[1] Pablo Neruda. “El Empalado”.
[2] Monteagudo, B. Horizontes políticos. Ed. Aterramar. Bs. As. 2008. pg. 34
[3] “...para este sector aristocrático, puesto a la cabeza de la lucha, la independencia era concebida como un conflicto en dos frentes: “hacia arriba”, contra la metrópoli y “hacia abajo”, para impedir las reivindicaciones populares y cualquier alteración del statu quo...”. En: Guerra Vilaboy, Sergio. El dilema de la independencia. Ed. Ciencias Sociales. La Habana. 2007. pg. 26.
[4] “La Pobre participación popular en esta etapa de la guerra emancipadora, el exagerado papel atribuido a las ciudades en la estrategia militar, el carácter fragmentario y local de los gobiernos criollos y sus múltiples contradicciones intestinas (centralistas y federalistas, republicanos y monárquicos, radicales y moderados) fueron los elementos principales que llevaron al fracaso, de los principales focos de la insurrección, entre 1814 y 1815”. En: Guerra Vilaboy, S. Op. Cit. pg. 28.
Añadir nuevo comentario