Haití: invasiones y desembarcos
Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” y Fondo Cultural del ALBA en el Bicentenario.
Encuentro de Historiadores
Nuestra América insurgente. Quinientos años de lucha emancipadora.
Lunes 26 de Julio 18:30 horas l Sala Solidaridad [2º SS] Corrientes 1543 Cap. Fed.
Panelistas: Xavier Albó (Bolivia), Sergio Guerra Vilaboy (Cuba), Jorge Núñez (Ecuador), Carmen Bohorquez (Venezuela), Juan Carlos Junio (Argentina), Horacio A. López (Argentina).
A más de 500 años de lucha emancipadora y doscientos del comienzo de la revolución continental por la independencia, diversos historiadores de Nuestra América expondrán sobre la originalidad de nuestro proceso revolucionario, la participación popular en esas luchas y reflexionarán sobre el mandato histórico de trabajar hoy en la construcción de la unidad nuestramericana.
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Jorge Núñez Sánchez
La historia sirve, entre otras cosas, para alimentar la memoria y combatir el olvido. Frente a la horrenda tragedia de Haití, la gente se pregunta: ¿cómo fue que Haití, el segundo país libre de América y primera república negra del mundo, que ayudó a las campañas de Bolívar, que apoyó la independencia de Argelia y otros países africanos, vino a caer en el caos que antecedió al terremoto?
La respuesta conlleva una larga historia, que empezó con el bloqueo comercial impuesto por EE. UU. contra esa república de antiguos esclavos sublevados, que daban mal ejemplo a sus propios esclavos del Sur, que para comienzos del siglo XIX sumaban cuatro millones. Ese bloqueo intentaba evitar la propagación de ideas revolucionarias y también que Haití se convirtiera en un competidor en la exportación de azúcar.
Más tarde, la ubicación estratégica de Haití la convirtió en un punto clave para el tránsito naval en el Caribe. Continúa con las ambiciones de la oligarquía local y las empresas azucareras del norte, que buscaban apoderarse de las tierras del país, quitándolas a los pequeños propietarios. Y tiene su culminación en las varias invasiones militares de EE. UU., enfiladas a apoyar a los expropiadores, combatir a los resistentes campesinos cacós e instalar sucesivas dictaduras criollas, crueles y sumisas a su poder, en ese país antillano.
El primer desembarco en regla se produjo en 1915, tres años después de que una misteriosa explosión hiciera volar el palacio presidencial de Haití, matando al presidente Leconte y a 300 soldados. Cinco gobiernos débiles se sucedieron en tres años y en julio de 1915 estalló la guerra civil. El pueblo atacó el palacio nacional y el gobierno, en represalia, ordenó el asesinato de cientos de presos políticos. Eso desató la furia popular, que arrastró al presidente Sam y al general Etienne. Al día siguiente atracó en Puerto Príncipe el acorazado “Washington”, que desembarcó un cuerpo de infantes de marina.
Luego, el contralmirante Caperton, jefe de las fuerzas de ocupación, convocó a una Asamblea Nacional para elegir a un nuevo Presidente, cuidando de que no fueran electos los líderes cacós. La fraudulenta elección de Sudre Dartiguenave agravó la crisis. Los cacóspacificador de Nicaragua, y empezaron la pacificación de Haití. volvieron a la lucha y sitiaron Puerto Príncipe. Pero entonces llegaron nuevas tropas de EE. UU., al mando del mayor Smedley Butler, el tristemente famoso
Usaron los más implacables y brutales métodos. Arrasaron pueblos enteros. Sobornaron y mataron a varios jefes cacós, pero surgieron otros que lideraron una heroica resistencia contra los invasores, usando escopetas, machetes, palos y piedras. Al fin, las tropas de Butler tomaron la antigua fortaleza de Fort Riviére y usaron una tonelada de dinamita para volarla.
Esa campaña de ocupación fue tan brutal que el mismo Secretario de Marina le comentó a Caperton que estaba fuertemente impresionado por el número de haitianos muertos y le indicó que las operaciones debían suspenderse para evitar pérdidas aún más grandes de vidas humanas. Caperton insistió en que “el aniquilamiento de los bandidos (era) necesario para mantener el orden”.
A renglón seguido, los EE. EE. invadieron militarmente el otro país de la isla Española, la República Dominicana, donde el Presidente Jiménez se había resistido a entregar el control financiero y militar del país a los norteamericanos. Pero en ese país, antes llamado “Haití español”, las fuerzas patrióticas resistieron igualmente la invasión norteamericana de 1916, que buscaba el control total de la isla Española.
Tras desembarcar en Santo Domingo, el contralmirante Caperton había anunciado: “Las fuerzas de los Estados Unidos de América han asumido el control de la ciudad.” Cercado por los invasores y atacado por conspiradores internos, el presidente Jiménez renunció ante la nación. Pero el pueblo dominicano resistió por las armas y atacó a las columnas de “marines” que irrumpían en varios puntos del país. Entonces, en un arranque de dignidad nacional, el Congreso dominicano eligió como nuevo presidente del país al doctor Francisco Henríquez, mas el Receptor general de Aduanas, que era un norteamericano, anunció que no entregaría más fondos al gobierno del país.
El gobierno local siguió funcionando, aunque disolvió el ejército por falta de fondos. A su vez, el pueblo siguió resistiendo a tiros los abusos de los invasores, hasta que finalmente el capitán de navío Knapp proclamó el 29 de noviembre, desde el acorazado Olimpia, “que la República Dominicana queda por la presente puesta en un estado de ocupación militar por las fuerzas bajo mi mando, y queda sometida al gobierno militar y al ejercicio de la ley militar propios de tal ocupación”.
Por la misma época, en marzo de 1917, los EE. UU. compraron a Dinamarca sus colonias caribeñas de Saint Thomas, Saint John, Santa Cruz y varios islotes, por 25 millones de dólares. Con ello buscaban cerrar su dominio marítimo sobre el Caribe.
Entre tanto, al otro lado de la isla Española, los invasores se llevaron a Nueva York las cajas fuertes con la reserva monetaria de Haití y luego cambiaron la constitución haitiana para eliminar la prohibición de que los extranjeros pudiesen poseer tierras en el país. Así, permitieron que los empresarios azucareros norteamericanos pudieran comprar tierras en Haití. Una vez logrado esto, esos empresarios despojaron de sus tierras a los pequeños campesinos haitianos, por la fuerza o con trampas legales. Y luego se lanzaron a talar y quemar los bosques nativos para sembrar caña y banano, en una terrible campaña de deforestación masiva, que sentó las bases para la actual tragedia ecológica de Haití. De este modo, la “Haitian American Sugar Company” se convirtió en la principal empresa agroindustrial del país, a la vez que el Citibank convertía al haitiano Banco de la Nación en una sucursal suya.
En ese marco histórico, los haitianos iniciaron en 1918 su segunda guerra de independencia, esta vez contra los Estados Unidos, bajo el mando de Charlemagne Peralte, quien firmaba como “jefe del ejército revolucionario luchando contra los norteamericanos sobre la tierra de Haití”. Con un ejército de 5 mil soldados y 15 mil guerrilleros, Peralte desató una audaz y eficaz guerra de guerrillas que enloqueció a los norteamericanos, llegando inclusive a atacar Puerto Príncipe. Sin saber cómo enfrentar esa guerra popular, los invasores buscaron como último recurso el asesinato de Peralte, cosa que lograron a fines de 1819 por medio de una gavilla de asesinos dirigida por los oficiales gringos capitán Hanneken y teniente Button.
Pero los “cacós” siguieron peleando, ahora bajo el mando de Benoit Batraville. Atacaron Hinche, La Chapelle y otras ciudades ocupadas por los marines norteamericanos y en enero de 1920 volvieron a luchar en las calles de Puerto Príncipe. Una vez más, los invasores recurrieron al soborno y al asesinato para eliminar a los jefes “cacós”, logrando asesinar también a Batraville. Iniciaron luego una brutal “pacificación” del campo haitiano, matando a todo sospechoso de ser “cacó”, quemando cosechas y casas, y encerrando a la gente por la noche en “poblados estratégicos”. Cuando la pacificación acabó, más de 3 mil haitianos habían muerto y sus tierras habían pasado a manos de los azucareros estadounidenses.
Al igual que en otros países ocupados del área del Caribe, una nueva Guardia Nacional fue creada por los invasores, en sustitución del antiguo ejército nacional haitiano. Estaba dirigida y entrenada por oficiales norteamericanos y tenía como misión la de controlar el país en beneficio de los Estados Unidos.
Por la misma época, en la vecina República Dominicana, los ocupantes norteamericanos cometían parecidas atrocidades. Dictaron una ley agraria que facilitaba el despojo de los propietarios campesinos en beneficio de los ingenios azucareros, reformaron las leyes aduaneras en provecho de los comerciantes norteamericanos e impusieron al país una millonaria carga de empréstitos de la banca Morgan. Naturalmente, también crearon una Guardia Nacional con jefes y oficiales yanquis, y reclutaron para ella a algunos jóvenes locales que se les mostraban adictos, entre ellos a uno llamado Rafael Leónidas Trujillo, que después usaría esa guardia como pedestal para ascender al poder y montar una tiranía de largo plazo.
Pese a la dureza de la ocupación, en República Dominicana hubo una formidable resistencia nacional, de signo más político que militar. La intelectualidad dominicana salió en defensa de su país y comisiones nacionales se regaron por el mundo, incluidos los Estados Unidos, denunciando la ocupación extranjera y recaudando fondos para una campaña de liberación. Esa dura resistencia política y la consecuente presión internacional determinaron que en 1922 se estableciera en Santo Domingo un gobierno provisional y que el 12 de julio de 1924 los marinos yanquis salieran finalmente del país. No sucedió lo mismo en Haití, donde los ocupantes se quedaron una década más, hasta el 21 de agosto de 1934, fecha en que abandonaron ese país, donde gobernaba desde 1930 Sténio Vincent, un destacado líder nacionalista, escogido por la Asamblea Nacional electa popularmente en ese año.
Un año después de la desocupación militar de Haití, se reunió en Washington un comité del senado norteamericano encargado de receptar las declaraciones del general Smedley Butler, el antiguo “pacificador” de Nicaragua, Haití y Santo Domingo. Butler confesó entonces:
“He servido durante treinta años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerzas armadas norteamericanas, la Infantería de Marina. Pienso que durante ese tiempo actué como un bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios de Wall Street y de sus banqueros.
“En 1914 contribuí a darles seguridad a los intereses petroleros en México, particularmente en Tampico. Ayudé a hacer de Cuba un país donde los señores del Nacional City Bank podían acumular sus beneficios en paz. Entre 1909 y 1912 participé en la limpieza de Nicaragua, para ayudar a la firma bancaria internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la civilización a la República Dominicana por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos. Fue a mí a quien correspondió ayudar a arreglar en 1923 los problemas de Honduras, para darles seguridad a los intereses de las compañías fruteras norteamericanas”.
A confesión de parte, relevo de prueba.
Volvamos ahora al presente de Haití, que enfrenta en estos días la terrible tragedia del terremoto del 12 de enero de 2010, casi sin recursos propios para levantarse. Como hemos visto, se trata de un país previamente destruido en su naturaleza por el colonialismo francés y el neocolonialismo norteamericano, que arrasaron con gran parte de sus bosques en el ánimo desenfrenado de desmontar tierras para la producción azucarera. A ello se han agregado, durante el siglo XX, los efectos de las brutales tiranías impuestas a ese país por los intereses extranjeros, que saquearon los recursos naturales y empobrecieron al pueblo haitiano hasta la indigencia. Y finalmente, a todo esto se ha sumado la política neoliberal impuesta a los últimos gobiernos haitianos por los grandes poderes del capitalismo internacional, que han privado al país de su soberanía alimentaria y su capacidad de producir alimentos, para volverlo dependiente de las importaciones extranjeras, provenientes principalmente de los EE. UU.
Haití ha sido, a lo largo de su historia, un campo de experimentación de las más brutales formas extractivas y productivas del capitalismo mundial. Por lo mismo, resulta indispensable recordar ese marco de dominación, explotación y saqueo extranjero para entender la verdadera dimensión humana de esta tragedia, así como la dimensión política de la actual invasión militar norteamericana en Haití, disfrazada de ayuda humanitaria, que ha sido denunciada por países europeos y latinoamericanos.
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