Recuperar la dimensión política de la historia
Por Gabriela Nacht en Tiempo Argentino 23 de agosto de 2012
Siempre que recordamos un hecho de nuestro pasado, nos devuelve una imagen de nuestro presente. En este caso se trata del famoso “éxodo jujeño” situado por los historiadores el 23 de agosto de 1812, por el cual, en el contexto de las guerras de independencia, toda la población de Jujuy tuvo que retirarse masivamente hacia el sur ante el avance del ejército español.
Durante el proceso de las guerras revolucionarias que siguieron a la Revolución de Mayo, el Norte era un frente difícil para los revolucionarios. El poder central sito en Buenos Aires, argumentando la imposibilidad de enviar refuerzos militares, ordena la retirada de dicho Ejército hasta la ciudad de Córdoba. Manuel Belgrano, a cargo del Ejército del Norte, emite un bando el 29 de julio por el cual ordena a toda la población "abandonar la ciudad y las fincas, quemar los campos sembrados, arrear los animales. A los ojos del español invasor, sólo debe quedar tierra arrasada." No era menor el sacrificio que se exigía: destruir lo propio en lo inmediato, para defender la revolución. El sacrificio no era voluntario, ya que se acusaba de traición y se penaba con fusilamiento a quien se negara.
El 23 de agosto de 1812, entonces, luego de que la población "civil" ya había iniciado el éxodo, emprende la retirada de Jujuy el Ejército del Norte. Detrás de ellos, los persigue y hostiga el ejército español proveniente del Alto Perú (actual Bolivia). A pesar de las órdenes porteñas de llegar hasta Córdoba, Belgrano decide, en conjunto con la élite del Tucumán, apostarse ahí y hacer frente al ejército realista, en lo que fue la victoria de la batalla de Tucumán. Por esta victoria los españoles deben replegarse al norte, pero también hay consecuencias para el gobierno revolucionario: el primer triunvirato cae desprestigiado y es remplazado por el Segundo. No es menor recordar aquí, que la celebrada creación de la bandera por Belgrano había sido considerada por el primer triunvirato como un acto de desobediencia.
Es que los revolucionarios, como grupo, no estaban exentos de contradicciones, ni de conflictos internos. Aunque las independencias sean procesos de largo plazo, fueron procesos históricos que vivieron sujetos de carne y hueso (hay que recordarlo, por más que sea trillado), con más o menos consciencia del proceso que estaban encarnando, y con mayor o menor capacidad de tomar decisiones sobre sus propias vidas y las de los demás.
Recordar el éxodo jujeño es, entonces, recordar que la historia se vive en la cotidianeidad de los propios cuerpos. Recordar el éxodo jujeño es, también recordar que nuestra nación es –todavía hoy– una construcción histórica signada tanto por los proyectos de igualdad e independencia como por las dificultades en el camino para su logro. Recordar que el éxodo jujeño es también producto de decisiones políticas conflictivas es recuperar la dimensión política de la historia. Porque la historia no es algo que simplemente ocurre, sino que la crean los sujetos, con sus decisiones y sus cuerpos, poniendo en juego ideales y proyectos.
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