¿China se avecina?
Por Martín Burgos
En momentos en que China se perfila como la superpotencia en este siglo XXI, no viene mal algunas lecturas sobre la economía de ese país. Uno de los libros más difundido sobre el tema en Argentina es el de Sergio Cesarín, China se avecina. El autor es uno de los pocos autores argentinos especializados en el tema, y es reconocido como un sinólogo de primer nivel. Cesarín es economista pero en esta ocasión se adentra en otras disciplinas (historia, política) con menos suerte. La utilidad de esa lectura radica en entender como las élites argentinas ven a ese socio comercial de creciente importancia, sobre todo en sectores agro-alimenticios (recordemos que la mitad de lo que le exportamos a China son productos derivados de la soja).
La lectura económica realizada es bastante tradicional, en el sentido que sigue una visión "bancomundialista" donde un proceso de "reformas" y "apertura" de fines de los años 70 cierra la etapa del obscurantismo maoista. En ese sentido abundan las referencias positivas a ese proceso, en el cual "China abrazó la globalización como una ventana de oportunidades" y "como consecuencia de las mejoras en el clima de negocios, la inversión extranjera directa aumentó" (p. 78). La acumulación originaria ocurrida en China a partir de las reformas de Deng Xiao Ping tiene una sorprende explicación antropológica, en la cual el autor nos narra que "las reformas son en sí mismas una re-evolución hacia el sentir, el pensar y el alma del pueblo chino que, saltando barreras ideológicas, despliega hoy un dinamismo y energía que asombra el mundo", y que hay un "volverse hacia el propio ser chino dotado de pericia, espíritu de empresa, dinamismo económico" (p. 12).
En ese análisis, el desarrollo chino pierde toda especificidad: podría tratarse de Chile y tal vez se usarían los mismos conceptos. Y de hecho el autor realiza permanentes referencias a América Latina y el Caribe, como un efecto espejo: "en coincidencia con las reformas estructurales aplicadas en América Latina y el Caribe mediante la imposición del Consenso de Washington, China sigue similar trayectoria durante los noventa" (p. 37), el "despido de millones de trabajadores y el aumento del desempleo urbano (nótese la similitud con el caso latinoamericano) fue la avanzada de la dinámica economía privada individual centrada en los servicios personales. En la raíz del fin del viejo sistema estatal chino reside hoy también la fuerza de sus empresarios privados" (p. 42), o bien "activas políticas gubernamentales enfrentan estos problemas en pos de mantener la estabilidad interna y atenuar los riesgos inherentes a una "economía dual" que asemeje el mapa político y económico china al latinoamericano en el siglo XXI" (p. 126).
Uno de los ejes del libro es explicar la relación autoritarismo político - liberalismo económico. Si bien se mencionan los problemas de derechos humanos y democracia en China, las referencias a la tradición autoritaria confusiana son numerosas, y las conclusiones respecto del PC Chino sorprendente: este último se habría vuelto un "partido social-democrata a la europea (en sus versiones alemana o francesa)" (p. 59). Pareciera que, así como los jesuitas expandieron hacia Europa su interpretación cristiana de Confucius, ahora algunos autores quieren encontrar en él bondades liberales.
El otro argumento justificador de ese autoritarismo es "el orden y la disciplina social" que logró ese país. "Instituciones políticas fuertes y bien establecidas significarían dotar al partido y al gobierno de atributos de orden, predecibilidad y contralor político -tal vez luego extendidos hacia la sociedad- para garantizar un poder central fuerte capaz de contener las contradicciones de una sociedad cuya vitalidad emergente pondría en juego la legitimidad de ejercicio del poder" (p. 23)
El autoritarismo termina siendo aceptado ante el éxito cuantitativo (es decir económico) que logra borrar los grises del autoritarismo político. "Orden y progreso" parece ser la causa principal del desarrollo chino, según Cesarín.
En cuanto a la lucha de clases en China, aquella que el partido gobernante abandonó por la maximización de beneficios, el autor la menciona tangencialmente. La referencia primordial es sobre los conflictos en los sectores rurales del país, aquellos "campesinos beneficiados por la revolución ahora son una potencial amenaza para el Partido que les dio vida política y económica". "El campesino, sujeto y objeto de la acción política es desdeñado como ejes de la transformación para entronizar, en su lugar, al entrepreneur privado o privado-público, capaz de generar riqueza para sí mismo y los demás" (tsunamis de sic). No es extraño entonces, que "los intelectuales, en su mayoría, no creen que las masas campesinas, atrasadas y con poca educación, deban decidir el futuro de China en lugar de ellos" (p. 61).
Como parece leerse entrelineas, la democracia en China no es del gusto de las élites allá. ¿Y acá?
Martín Burgos, economista, coordinador asistente del departamento de economía política y sistema mundial.
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