Texto de Pablo Gregui - ARDE
Arde el arte?
Otro tiempo, otro espacio. Y sin embargo. Las paredes urbanas y las calles, las plazas, los sitios de poder; todo sigue estando ahí. Es cierto que solo un necio no se permite ver que ha habido muchos cambios en las condiciones de vida de una mayoría informe, pero también es indiscutible la continuidad de distintas escenas, que para los optimistas son tarea a futuro y para sus contrarios constataciones de derrotas.
No es la intención de este texto hacer un balance, no creo que un texto en singular lo pueda hacer. En todo caso sería la tarea de un gran plural. Lo que pretende este texto es reponer una mirada a destiempo. Representar (palabra cara allá por los inicios del siglo XXI) una experiencia pasada, frente a las presentes.
Hoy las calles siguen siendo un ágora, quizás tanto como hace diez años, quizás más que hace 15. Hoy los conflitos entre los que no tienen y los que no permiten sigue en las calles. Y hoy como hace 10 años atrás los que no tienen se enuncian para tener, se enuncian como la única acción política real. Pero algo cambió.
En el verano del 2002 un gran plural de gentes se reunió para buscar nuevas formas de enunciar (de habitar políticamente esta ciudad/país). Argentina Arde, “colectivo de colectivos”, se propuso entonces OKUPAR ESPACIOS. Una acción artística que a la distancia parece un oráculo (permítase entender al oráculo como una práctica discursiva teleológica siempre abierta y ambigua). De este hacer/pensar/discutir surge Arde!, junto a otros claro está, buscando maneras de decir que se instalaran en la discursividad del gran anónimo que habitaba políticamente las calles, paredes, plazas, asambleas, fiestas, tomas, encuentros.
Cada evento era singular, cada marcha, situación, ocupación abría un nuevo problema, demandaba otra manera de decir. Lavando banderas teñidas de rojo sangre en la fuente de plaza de mayo, levantando espejos para reflejar/refractar al “Poder”, horizontalizando la pared de un baño para soportar las palabras de apoyo a la apropiación de Zanón. Pero cada nueva acción compartía con la anterior una práctica de producción, una modalidad enmarcada en ciertos principios: horizontalidad en los proceso deliberativos, cierta marginalidad asumida en relación con los espacios institucionales del hacer artístico, compromiso desde el cuerpo con la obra y el contexto donde se desarrollaba. Y si se quiere también cierta condición de existencia efímera desde los procedimientos hasta la elección de la materialidad de las obras. Este fue el horizonte de la experiencia de aquellos años que, como se señaló más arriba, era compartido por tantos otros colectivos y grupos de artistas abocados a la tarea de enunciar políticamente en las calles alteradas de las metrópolis.
El diez es un número natural, una excusa para mirar a la distancia, una medida. Solo es eso. El nueve y el once también. No importa qué se observe, mida o piense si lo próximo y lo distante no se diferencian. Dicho esto cabe preguntarse ¿cómo se produce arte hoy? ¿qué de estas experiencias soportaron la reorganización de lo sensible que supuso “la vuelta a la normalidad”? Sin caer en un juicio moral de lo actuado y lo actuante, ¿cuáles de aquellas prácticas hoy -como capturas o como victorias- prevalecen y cuáles sucumbieron en los anaqueles de la historia? Creo que podemos animarnos a sostener que la razón sobre el hacer en el espacio público (razón con tradición, claro está, que reemerge en los albores del 2000 y se potencia luego del 2001) sigue pesando sobre las prácticas artísticas de los distintos colectivos políticos que hoy continúan disputando la capacidad de enunciar. Pero también que el recambio generacional a su interior, la reconfiguración del orden político, y tantos otros factores que se deseen señalar, trajeron aparejado un nuevo pensamiento sobre los espacios y sobre los modos de producción artísticos, sobre las formas como se compromete el cuerpo en la acción, sobre el sustrato de legitimación social de sus obras, la concepción del tiempo y el escenario de contemplación, los acuerdos y relaciones con las instituciones artísticas y culturales, etcétera.
Es en este cambio, en la diferencia que proyecta aquellas otras experiencias sobre la escena actual, donde se abre una razón para la discusión desde la producción artística y el pensamiento. Un nuevo motor que impulse a los que disputan la capacidad de enunciar.
Pablo Gregui, diciembre 2011
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